Desolation Row

Fotografía: Jorge Meis

«Pero en Desolation Row,

las sirenas de los petroleros

no dejan ni reír ni volar.»

Joaquín Sabina

Los niños aprendimos a distinguir los petroleros que navegaban sobre la línea del horizonte, preñados de lo que entonces tomábamos por riqueza. Nos enorgullecíamos de haber nacido en la ciudad que los paría, sabia en el arte de engendrar gigantes de acero que surcaban los océanos.

Reíamos, incluso, cuando al hacerse a la mar, aquellos monstruos marinos volcaban nuestros botes precarios en medio de la ría, sin sospechar que algún día el silencio de sus sirenas congelaría nuestra risa.

Hoy la ciudad, estéril, no da a luz más peces de ciudad, pero el recuerdo de las sirenas ata a los pocos incautos que no emprendieron la huida, volando a otros puertos menos inhóspitos. Hoy aquellos pocos que no escaparon fantasean con nuevos tiempos que ya han pasado. Nada, salvo los fantasmas, los mantiene aferrados a tierra. Han perdido el gusto del viento en las alas, olvidando el sabor a sal de la espuma de la ola. Atrapados por un canto de sirena que sólo ellos escuchan.