
Mi abuelo se crió a un palmo de la orilla. Desde su ventana contemplaba las olas llegando hasta la arena. El mar era parte de su vida. Un placer sencillo del que gozar: mojar los pies en el agua que llegaba casi hasta la puerta de su casa, preparar en una lata los percebes arrancados de la roca, hervidos en el agua marina, comerlos mientras veía el sol ponerse, hundiéndose en el océano.
Pronto le arrebataron el mar, que cercaron tras una muralla. Con él se fue uno de sus placeres sencillos. Más tarde le arrebataron la juventud, que iba dejando por las trincheras, deseando la victoria de aquellos contra los que luchaba, enrolado por la fuerza en el bando enemigo, en una guerra contra sus principios.
Sus placeres no volvieron a ser los mismos, ni los libros de los que gozaba, repudiados, ni las comidas, ni los amores, que aparecieron teñidos del color de lo prohibido.
De él heredé alguna de sus lecturas, su afición a dejarme las pestañas sobre el papel, la casa en que me crié, su gusto por el saber y la docencia, pero también un mar rehén de una muralla infinita, la amargura de la derrota, el rencor de los vencidos y el orgullo de quien logra, a pesar de todo, mantener libres ciertas parcelas, sabiéndose más culto, más inteligente, más humano que sus carceleros.
Sus lecturas inspiraron mi conciencia y mi camino; su mar cautivo, la búsqueda de otras costas, de nuevas rutas marcadas por corrientes interiores; su amargura guió la lucha orgullosa e indómita. Su presencia, aún ausente, me dio la serenidad necesaria, la inspiración constante. La firmeza. Y me sorprendo encontrando hoy, en mi espejo, un remedo de las facciones que, desde niño, escudriñaba en su retrato.
Todo ello se lo agradezco, aunque ya no lo preciso. Quedará todo enterrado en la misma arena en la que él jugaba, en la que usaron sus padres para construir la casa en que vivíamos, rezumando sal en la pared de la escalera.
Ya no necesito su legado. Navego mis propios mares con mis propias lecturas y he dejado atrás todos mis rencores. Ya sólo queda la serenidad de la piedra que espera, reposando en paz sobre la arena.
Ya puedo decir que hoy, tantos años después de su cautiverio, al fin soy libre.
Colabora en la publicación de Sal en la memoria
Ahora puedes adquirir el libro en precompra en Verkami.