
Se aprende a vivir lejos del mar, añorando su aroma tras las noches de fiesta, en el momento del regreso por calles desiertas. A regresar sin el empuje de la brisa que escala la costa.
Se aprende a olvidar; a vivir sin el peso del recuerdo sobre los hombros, aunque la memoria, rebelde, se empeñe en traer al presente restos del naufragio, despojos de pecios que se daban por sepultados hace mucho.
Se aprende a dejarse guiar por los faros para cobijarse de las tempestades, dejando atrás el viento y las olas implacables.
Mi vida era otra lejos de aquellas calles. Frecuentaba otros lugares ajenos al desastre, caminando tranquilo, sin alertas, ajeno a la amenaza. Fuera de peligro.
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